Tardamos menos de un segundo en emitir un juicio sobre una persona y otros 3 en colgarle una etiqueta (mala, en la mayoría de los casos).
Ello acabará empobreciendo la relación, ya que ésta se construye desde un solo ángulo de visión: el de la etiqueta adjudicada.
Conocer a alguien “de verdad” lleva tiempo; lo que es visible en los primeros instantes de las relaciones está muy lejos de lo que realmente ES una persona.
Lo que vemos, eminentemente, son comportamientos.
También alguna competencia, pero ni mucho menos todas las que la persona posee (charlando con un desconocido, podemos percibir si se comunica con fluidez pero no tenemos ni idea de si utiliza bien Excel o sabe tocar el piano)
Sus valores y creencias quedan muy profundas, y ya su identidad…ni te cuento.
Y todo eso forma parte de él/ella.
Sin embargo, con la rapidez propia de un Usain Bolt cualquiera, dictaminamos un veredicto implacable: “es un vago”, “es un inútil”, “es conflictivo”, “es torpe”.
Es difícil eliminar estas etiquetas, lo sé. ¿Se puede hacer algo al respecto? Vamos a ello:
1# Basta con que alguien haga algo una sola vez para que ya le cataloguemos desde esa perspectiva.
Pensar en los motivos exactos por los que hemos adjudicado esa etiqueta y cuántas veces ha ocurrido eso que nos lleva a verla desde ese prisma es un buen principio.
En muchos casos, comprobaremos que no han sido muchas.
2# Listar en un papel qué más características tiene esa persona, tanto las favorables como las que no lo son.
¿Qué más sabe hacer? ¿En qué es buen@? ¿Qué me gusta de él/ella?
Partiendo de la premisa de que todo el mundo hace bien al menos una cosa y, por lo tanto, tiene alguna habilidad, si nos cuesta mucho rellenar la columna de lo positivo es muy posible que estemos tratando a esa persona desde la etiqueta y esto nos haya condicionado mucho la visión que tenemos de ella.
Habrá que dedicar tiempo a conocerla mejor entonces.
3# Una vez hemos reflexionado sobre lo anterior, prestemos atención a aquellos aspectos positivos de su personalidad, sus competencias destacadas, sus habilidades, o su potencial, cuando menos.
4# El paso siguiente sería empezar a re-encuadrar la relación poniendo el foco en todos estos aspectos y, aunque en el corto plazo no podamos olvidar la etiqueta adjudicada, estaremos comenzando a ampliar la visión que tenemos de esa persona.
Todo esto hila con el Efecto Pigmalión, que de forma resumida, consiste en que según como uno trata a alguien acaba convirtiéndole en eso.
Si yo creo mi hijo es un vago y le trato desde esa creencia que tengo sobre él, con seguridad estoy contribuyendo a crear un ser humano que se va a esforzar menos que el banderín de un córner.
Como despedida, una frase de Johann W. Von Goethe:
“Trata a un hombre tal como es, y seguirá siendo lo que es; trátalo como puede y debe ser, y se convertirá en lo que puede y debe ser”
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