El Perdón: Efectos terapéuticos de esta saludable práctica

En algunos procesos de coaching he tratado con personas que albergaban sentimientos muy negativos en relación a no haber perdonado o no haber pedido perdón a otros.

A la inmensa mayoría de nosotros nos han hecho alguna vez una faena. Y también somos muchos los que se la hemos hecho a alguien, consciente o inconscientemente.

Tanto en un sentido como en otro, las afrentas dejan secuelas y deterioran las relaciones –a veces de manera irrecuperable-.

Cuando somos los afectados, siempre tenemos la opción de perdonar o no. Si no lo hacemos cultivamos emociones tales como la ira, el odio, el resentimiento. . .

Y otras cosas estupendas que nos vendrán fenomenal para nuestro organismo: para nuestra mente, que se realimentará de pensamientos negativos, y para nuestro cuerpo, que a consecuencia de lo anterior esparcirá sustancias nocivas por nuestras células, sometiendo a nuestro sistema inmunológico a un esfuerzo ímprobo para eliminarlas… si puede.

Así pues, si desarrollamos la capacidad de perdonar sinceramente a nuestros deudores,  conseguiremos una liberación importante de pensamientos nefastos y gestaremos un proceso de paz interior muy gratificante.

Al final de la película Unbroken (Invencible), que relata la vida de Louie Zamperini,  tienes un ejemplo magnífico de lo anterior. ¡Y esa sí que era una deuda bien grande!

Si somos los que hemos causado la afrenta, pedir perdón tendrá un magnífico efecto terapéutico para nosotros y, si nos lo aceptan, también para la persona ofendida. No obstante, esa es una decisión suya.

No porque pidamos perdón están obligados a perdonarnos. Eso no depende de nosotros.

Pero sí influye la manera en la que pedimos perdón.

El ego tiende a construir frases del tipo: “Siento lo que pasó, pero…” ahí viene ya todo el catálogo de excusas que justifican –para nosotros- la afrenta.

Esta versión casi nunca transmite una muestra de arrepentimiento sincero.

Si sentimos la necesidad de explicar los motivos por los que ocurrió lo que ocurrió, seguramente sea mejor invertir el orden de la frase, y poner el “pero” después de las excusas: “Tenía un día muy malo y lo pagué contigo, pero siento mucho lo que pasó”.

Os aseguro que cambia bastante el resultado. Siempre prevalece lo que va después de “pero”.

En mi humilde opinión, la mejor opción de todas es pedir perdón y punto.

Sin añadir nada más: “Siento mucho lo ocurrido y te pido perdón por ello”.

Y si nos piden explicaciones, las damos (si es posible, que a veces no se puede), pero desde la humildad, no desde esa postura egótica que se excusa con la boca pequeña.

Así pues, ¿Qué tal si aprovechamos estas fechas y ejercemos un poco ésta saludable práctica?

Apuesto a que los resultados serán fantásticos… pero eso sí: ojo con las expectativas que ponemos en la respuesta de los demás, que también tienen su ego!

Felices Fiestas a tod@s!!!