En física, la “Resiliencia” expresa la capacidad que tiene un material para recobrar su forma original después de haber sido sometido a altas presiones.
Es, por ejemplo, un elemento de medida en el sector de la colchonería, e indica la cualidad que tiene el susodicho colchón para volver a su estado original después de que uno haya estado tumbado en el. Al parecer, el índice óptimo de Resiliencia ha de oscilar entre el 40 y el 75% (culturilla colchonista, jejeje)
Ahora que ya conoces otro factor a tener en cuenta a la hora de comprar un colchón, pasemos a la aplicación de la palabra en ámbito humano:
Según todo lo anterior, podríamos decir que Resiliencia es la capacidad que un@ tiene para reponerse ante la adversidad y volver a su estado natural.
Yo no digo que sea fácil tener un alto índice de resiliencia -sobre todo, según qué cosas te pasen-, pero no es un don, sino una capacidad y, como tal, puede desarrollarse.
¿Cómo?
1# Poner foco en el “aquí-ahora”: Según el Neuropsiquiatra alemán Fritz Perls, de la totalidad de nuestras preocupaciones, un 30% está dedicado a “darle vueltas” a asuntos negativos ya pasados.
Estés viviendo el momento o no, la vida va a seguir adelante, así que. . . mejor si “estás”.
Para ello, estar “en acción” es una buena receta. (Ver: ¿A qué lobo vas a alimentar?)
2# Escribir: Tras la catástrofe del 11S, los terapeutas especialistas que trataban a las personas afectadas por el terrible incidente, observaron que aquellos sujetos en los que se había implantado el hábito de escribir a diario sobre sus sentimientos, estaban evolucionado favorablemente en la velocidad y calidad de su recuperación emocional, vs. los que solo hablaban de ello.
Con la escritura, nuestra mente alcanza una perspectiva más amplia y libera –literalmente- parte de la tensión a la que está sometida.
3# Relativizar: Es decir, introducir en la consideración de un asunto aspectos que atenúan sus efectos o su importancia.
En un pasaje del libro “El hombre en busca de sentido”, su autor Viktor E. Frankl narra el traslado de un grupo de prisioneros de Auschwitz a otro campo de concentración.
Ellos no sabían a qué campo iban, pero temían que el destino fuese Mauthausen, famoso por ser más duro aún y por su “buena infraestructura para el exterminio”.
Resultó que el destino final era el campo de Dachau.
“…Cuando nos contaron a los recién llegados resultó que faltaba uno. Así es que hubimos de esperar bajo la lluvia y el viento helado a que apareciese.
Finalmente le encontraron en un barracón, dormido, exhausto por el cansancio.
Entonces el pasar lista se convirtió en un desfile de castigo: durante toda la noche y hasta muy entrada la mañana siguiente tuvimos que permanecer de pie a la intemperie, helados y calados hasta los huesos después del esfuerzo que había supuesto el viaje.
¡Y aún así nos sentíamos contentos! En aquel campo no había “chimenea” y Auschwitz quedaba lejos…”
4# Preguntas “de calidad”: Si hay un tipo de preguntas a evitar en estas situaciones, son aquellas que empiezan con “¿Por qué. . .
Supongamos que en la empresa en la que trabajas –y te has dejado la piel durante 15 años- se hace un E.R.E. y estás en la lista.
¿Por qué ha ocurrido esto?
Porque el nuevo dueño quiere sanear rápido la cuenta de resultados.
Porque tú “eres caro” y tu trabajo lo puede medio-hacer un recién titulado “más barato”.
Porque han comprado un robot que hace tu trabajo incansable y eficientemente durante 24 horas 7 días a la semana. . . y tú no.
Porque así lo ha querido Dios.
¿Contento? ¿Te ha resultado útil hacerte estas preguntas? ¿Te ayudan las respuestas?
No digo que no te sobrevengan este tipo de preguntas cuando se produce un hecho negativo en tu vida. Es inevitable y humano.
Pero por mucho que te las repitas, lo ocurrido no va a cambiar ni mejorar. . .
Sin embargo, sí que nos llegan respuestas valiosas cuando nos preguntamos ¿Qué puedo hacer a partir de ahora?, ¿Cómo puedo aprovechar esta circunstancia, a priori negativa, y convertirla en una oportunidad?, o ¿Para qué ha ocurrido esto? Tal vez sea una buena ocasión para emprender aquello que siempre quisiste hacer y, por falta de tiempo, no abordaste.
“Si quieres obtener respuestas correctas, hazte preguntas adecuadas”
5# Reírse: No pretendo trivializar con esto. Cuando sufres un revés, hay que pasar las fases del duelo. Es recomendable y sano.
Pero, en algún momento, puedes visualizar una peli, serie, sketch, o monólogo tipo Club de la Comedia que te arranquen, al menos, una sonrisa.
Yo recurro, por ejemplo, a alguna secuencia brillante –de las muchas que tienen- Les Luthiers. Véase un ejemplo, y mi personal homenaje a los grandes Rabinovich y Mundstock:
Cuando ríes, se desencadenan en tu organismo montones de mecanismos beneficiosos:
-Liberas sustancias que ayudan a ver las cosas de otra manera, como la endorfina (también puedes conseguir esas sustancias por otras vías, pero tienen otras consecuencias añadidas. . . aunque. . . tú mism@! ;))
–Se distiende el diafragma, aumentando nuestra capacidad pulmonar y, por lo tanto, oxigenamos mejor nuestros órganos (entre otros, el cerebro)
–Por lo que sé, 20 segundos de risa equivalen a 3 minutos de ejercicio físico! (intervienen más de 400 músculos en el proceso, y es más divertido que hacer abdominales)
Más allá de proponerte que te adhieras al “pensamiento positivo” -que me parece muy bien-, a lo que te invito es a lo que yo llamo “optimismo realista”:
Ser consciente de todo lo que hay en una situación; de ella, tomar acciones para mejorar los aspectos negativos que dependan de ti, aceptar los que no y apoyarte en los positivos, que siempre habrá alguno si aprendes a verlo.
Muchas gracias por tu tiempo, por leernos y por compartir!